El titular resume la experiencia vivida el pasado jueves en compañía de amigotes de esos que en casa los reciben a mediana sonrisa.
Todo comenzó a las 13:00 horas, aprovecharíamos el almuerzo para revisar unos textos que aparecerán en nuestro próximo libro. Nos juntamos frente a la Universidad de Chile, la casa de Bello (marica de mierda que nos impregnó el espíritu bohemio). Caminamos por San Diego hasta el Rincón Canalla, la merienda fue, como su nombre lo dice, un verdadero "Atentado": pernil, costillar, longanizas, arrollado huaso, papas cosidas, tomate, pebre de la puta madre. Acompañados por brebajes baquianos como son dos botellones de tinto, una garrafa de borgoña de duraznos y una serie de bajativos simples, dobles y hasta triples como Dios manda. Para la posteridad escribimos en papeles que su propietario nos entregó y autorizó pegar en la pared del Calabozo Nº 1, que es el nombre que él tiene para los distintos ambientes del local.
Previo pago de la cuenta, pasamos a la zona de sacudida y emprendimos el camino a pie hasta la Alameda, sin antes dejar de pasar por un par de cervezas para el camino, las cuales fuimos bebiendo en pleno centro, con la alegría propia que tendría un ciudadano de antes. En este punto nos abandonó el primer mártir de una tarde llena de excesos.
En pleno centro cívico, paseo Ahumada con Alameda, una fuerte comezón en la cabeza nos dirigió a paso irrestricto hacia la Plaza de Armas... después a Mapocho... y volteando a la izquierda ya estábamos sentados en La Piojera, centro cultural citadino, habitué de la bohemia juventud chilena y centro del huachaquerío romántico de antaño.
¡Viva Chile mierda! y nos acordamos del partido de la selección sub 20, será esta misma tarde. El griterío seguía y entusiasmaba, gritamos y nos entusiasmamos y para no ser menos, partimos con una linterna y cuatro pilas. Pisco de 35, perforador de estómagos, así que los acompañamos de una corrida de empanadas y otra de huevos duros. La foto para el recuerdo, la señora que pidió la mitad de la empanada, el vendedor de inciensos, los viva Chile, los eufóricos saltos sobre la mesa, la advertencia de los mozos, el copete que se acaba, la segunda ronda, el segundo pisco, gritos-danza-cigarro-canturreo-huevos duros-lengua imparable-el olvido-el lapsus mental que ya había olvidado… (OBNUBILACIÓN) Mac Iver con Alameda. “Shopería X", agarramos mesa y una corrida de shops.
Llegaron los oficinistas y empleados fiscales, con su mejor cara a agarrar puesto en el local, el partido era inminente. Una llamada a casa, vuelvo más tarde. El fútbol por si mismo es una excusa irreprochable. Primer tiempo.
"Olé, olé, olé, olé... Argen ti na"-se escuchó gritar en nuestra mesa- La cara de descomposición del resto de la clientela me recordó que no había cagado, ni meado en varias horas, tal vez era el momento de hacerlo. ¡Siéntate conchetumadre!, ¡Argentino de mierda!, ¡Saquen a eso huevones!, ¡Vamos pa’fuera!... combos se ofrecían a destajo, el dueño del local nos pidió gentilmente la retirada a lo cual nos opusimos obviamente. La violencia crecía al interior del local, el calor de las barras bravas se había trasladado justo hasta allí. Transformándonos en protagonistas de una disputa irreversible a punto de suceder. Al punto de comenzar el primer round, ingresó Carabineros al local y nos pidió de un modo, igualmente gentil, nuestra salida. Con la autoridad de hoy se puede hablar, fueron comprensivos y entendieron que nos quedaba copete pagado aun sobre la mesa y que era nuestro derecho de consumidor beberlo… Bebimos lenta y provocativamente (aunque presionados esta vez a hacerlo rápido). Salimos del local sin antes despedirnos de "los shilenitos" que quedaban dentro. Un tirón del brazo y una sonrisa apenas esbozada en la boca del oficial nos decía que al menos la talla fue buena, o tal vez hacía gala declamando nuestra irreverencia.
Metro Santa Lucía escándalo suburbano… (Borrón). Próxima estación Manuel Montt.
La entrada al Bodeguero fue como siempre: ebria, feliz y respetuosa. Mientras unos iban a agarrar una mesa, los otro discutíamos con la cajera porque nos vendieran la del estribo, la última, de aquí nos vamos, que somos cabros tranquilos, que es usted tan guapa... en fin. Accedió a vendernos un par de cervezas, que después fue otro par y luego otro, hasta que finalmente no nos vendieron más. ¿Por qué razón?... entre las múltiples argumentadas por el dueño del local recuerdo la prohibición de bailar ¿es qué acaso ya no puede uno bailar en cualquier lugar?
Media noche, sed irremediable, marcación electrónica-celular. Emprendo mi retirada, me llevo a otro mártir conmigo, los otros quedaron haciendo quizá que cosa, beber y bailar ya no podían.
El taxista me despertó justo frente a mi casa, mi amigo se había encargado, a su modo, de dejarle temerosamente claro lo importante que era que yo llegara a esa dirección. Cuando le pagué me confesó una par de amenazas irrepetibles, pero que sin duda dieron el efecto esperado. Estaba sano y salvo en casa. Después de una tarde de fútbol, por fin cerca de mi mujer, mi adorada y comprensiva esposa.
Jueves distinto y especial. ¡Canalla! por ser tan breve, ¡piojento! en lo picante y rasca de ciertas reacciones, ¡argentino! porque le metieron por la raja la pelota a nuestra selección y ¡bodeguero! porque después del recibimiento de mi esposa no pude dormir con pierna suave. Fui relegado a la bodega de mi casa, donde entre otras cosas guardo siempre una botella de Ballantine's para ocasiones o noches como ésta. Un último trago me hará bien, me ayudará a olvidar o ¡mejor aun! a recordar estos detalles que han comenzado a borrarse.
Todo comenzó a las 13:00 horas, aprovecharíamos el almuerzo para revisar unos textos que aparecerán en nuestro próximo libro. Nos juntamos frente a la Universidad de Chile, la casa de Bello (marica de mierda que nos impregnó el espíritu bohemio). Caminamos por San Diego hasta el Rincón Canalla, la merienda fue, como su nombre lo dice, un verdadero "Atentado": pernil, costillar, longanizas, arrollado huaso, papas cosidas, tomate, pebre de la puta madre. Acompañados por brebajes baquianos como son dos botellones de tinto, una garrafa de borgoña de duraznos y una serie de bajativos simples, dobles y hasta triples como Dios manda. Para la posteridad escribimos en papeles que su propietario nos entregó y autorizó pegar en la pared del Calabozo Nº 1, que es el nombre que él tiene para los distintos ambientes del local.
Previo pago de la cuenta, pasamos a la zona de sacudida y emprendimos el camino a pie hasta la Alameda, sin antes dejar de pasar por un par de cervezas para el camino, las cuales fuimos bebiendo en pleno centro, con la alegría propia que tendría un ciudadano de antes. En este punto nos abandonó el primer mártir de una tarde llena de excesos.
En pleno centro cívico, paseo Ahumada con Alameda, una fuerte comezón en la cabeza nos dirigió a paso irrestricto hacia la Plaza de Armas... después a Mapocho... y volteando a la izquierda ya estábamos sentados en La Piojera, centro cultural citadino, habitué de la bohemia juventud chilena y centro del huachaquerío romántico de antaño.
¡Viva Chile mierda! y nos acordamos del partido de la selección sub 20, será esta misma tarde. El griterío seguía y entusiasmaba, gritamos y nos entusiasmamos y para no ser menos, partimos con una linterna y cuatro pilas. Pisco de 35, perforador de estómagos, así que los acompañamos de una corrida de empanadas y otra de huevos duros. La foto para el recuerdo, la señora que pidió la mitad de la empanada, el vendedor de inciensos, los viva Chile, los eufóricos saltos sobre la mesa, la advertencia de los mozos, el copete que se acaba, la segunda ronda, el segundo pisco, gritos-danza-cigarro-canturreo-huevos duros-lengua imparable-el olvido-el lapsus mental que ya había olvidado… (OBNUBILACIÓN) Mac Iver con Alameda. “Shopería X", agarramos mesa y una corrida de shops.
Llegaron los oficinistas y empleados fiscales, con su mejor cara a agarrar puesto en el local, el partido era inminente. Una llamada a casa, vuelvo más tarde. El fútbol por si mismo es una excusa irreprochable. Primer tiempo.
"Olé, olé, olé, olé... Argen ti na"-se escuchó gritar en nuestra mesa- La cara de descomposición del resto de la clientela me recordó que no había cagado, ni meado en varias horas, tal vez era el momento de hacerlo. ¡Siéntate conchetumadre!, ¡Argentino de mierda!, ¡Saquen a eso huevones!, ¡Vamos pa’fuera!... combos se ofrecían a destajo, el dueño del local nos pidió gentilmente la retirada a lo cual nos opusimos obviamente. La violencia crecía al interior del local, el calor de las barras bravas se había trasladado justo hasta allí. Transformándonos en protagonistas de una disputa irreversible a punto de suceder. Al punto de comenzar el primer round, ingresó Carabineros al local y nos pidió de un modo, igualmente gentil, nuestra salida. Con la autoridad de hoy se puede hablar, fueron comprensivos y entendieron que nos quedaba copete pagado aun sobre la mesa y que era nuestro derecho de consumidor beberlo… Bebimos lenta y provocativamente (aunque presionados esta vez a hacerlo rápido). Salimos del local sin antes despedirnos de "los shilenitos" que quedaban dentro. Un tirón del brazo y una sonrisa apenas esbozada en la boca del oficial nos decía que al menos la talla fue buena, o tal vez hacía gala declamando nuestra irreverencia.
Metro Santa Lucía escándalo suburbano… (Borrón). Próxima estación Manuel Montt.
La entrada al Bodeguero fue como siempre: ebria, feliz y respetuosa. Mientras unos iban a agarrar una mesa, los otro discutíamos con la cajera porque nos vendieran la del estribo, la última, de aquí nos vamos, que somos cabros tranquilos, que es usted tan guapa... en fin. Accedió a vendernos un par de cervezas, que después fue otro par y luego otro, hasta que finalmente no nos vendieron más. ¿Por qué razón?... entre las múltiples argumentadas por el dueño del local recuerdo la prohibición de bailar ¿es qué acaso ya no puede uno bailar en cualquier lugar?
Media noche, sed irremediable, marcación electrónica-celular. Emprendo mi retirada, me llevo a otro mártir conmigo, los otros quedaron haciendo quizá que cosa, beber y bailar ya no podían.
El taxista me despertó justo frente a mi casa, mi amigo se había encargado, a su modo, de dejarle temerosamente claro lo importante que era que yo llegara a esa dirección. Cuando le pagué me confesó una par de amenazas irrepetibles, pero que sin duda dieron el efecto esperado. Estaba sano y salvo en casa. Después de una tarde de fútbol, por fin cerca de mi mujer, mi adorada y comprensiva esposa.
Jueves distinto y especial. ¡Canalla! por ser tan breve, ¡piojento! en lo picante y rasca de ciertas reacciones, ¡argentino! porque le metieron por la raja la pelota a nuestra selección y ¡bodeguero! porque después del recibimiento de mi esposa no pude dormir con pierna suave. Fui relegado a la bodega de mi casa, donde entre otras cosas guardo siempre una botella de Ballantine's para ocasiones o noches como ésta. Un último trago me hará bien, me ayudará a olvidar o ¡mejor aun! a recordar estos detalles que han comenzado a borrarse.